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SADE COMO FILÓSOFO

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Mensaje  Invitado Lun 18 Jul 2011 - 1:00

SADE COMO FILÓSOFO.

Ricardo Cuasnicú

Para comprender al “espíritu más libre que jamás existió” es necesario que hagamos este razonamiento:

Todo castigo debe ser proporcional al crimen cometido y todo crimen es proporcional a los conocimientos del culpable. Si esto es verdadero, entonces, el pecado original supone crímenes inauditos y ésos crímenes suponen conocimientos infinitos, superiores a todos los que poseemos.

Algo es evidente: el crimen debe contener la clave del conocimiento. Por lo tanto, extendiendo la esfera del crimen hasta alcanzar los más inauditos, el espíritu recobrará los conocimientos perdidos.

La transgresión es para el Marqués de Sade una contramoral lúcida que culmina en la apatía voluptuosa.
Esa contramoral expone el derecho a revisar la noción de hombre en mi propia singularidad, un derecho que es peligroso conceder a cualquiera porque implica autorización a las experiencias prohibidas.

Dicha moral trata de reducir al discurso los actos aberrantes que la razón normativa expulsa a la vez que condiciona.

Los actos morales suponen necesariamente un yo responsable asentado en el principio de identidad cuyo garante es un Dios bondadoso.

Producir una razón antropomorfa es una necesidad de la especie para subordinar a sus fines las funciones vitales mediante la generalidad de la norma.

Entonces, para restituir al hombre su libertad y autonomía es imprescindible entender la perversión como una contrageneralidad que singulariza a la vez que descentra ese yo responsable.

El pensamiento de Sade renueva el concepto de razón incluyendo en ella los fenómenos que son contrarios a la conservación de la especie o, lo que es igual, que contradigan a la razón normativa de estilo kantiano.

Porque la moral es la perversión “normal” de la especie que sojuzga a las demás para perdurar.
Sólo un ateísmo subversivo, contrario al bienpensante, radical, podrá rescatar lo singularizante, contaminando a la razón y accediendo así a la perversión apática y filosófica.

Igual que el respeto a la ley, que es un sentimiento único producido por la razón, el sentimiento perverso es un hecho que en sí no es necesario justificar, porque de lo que se trata es que la razón se reconozca en él y de cuenta de su propensión al acto aberrante, al mal, y así sensibilizarse “contradictoriamente”.

En la soberanía de mi libertad reside la razón del acto que transgrede la norma y su fundamento es el sentimiento perverso: estar bien en el mal.

Para el “divino Marqués” la normalidad, el deber ser, es la astucia con que la especie somete a las funciones vitales para sobrevivir.

Cuando la quimera de un Dios quede abolida podrá elevarse el principio revolucionario de la monstruosidad integral que instaurará la prostitución universal de todos los seres: el goce como norma.

La razón liberada de Dios liberará al pensamiento de toda ley preestablecida instaurando la inocencia del devenir, como enseñaba Nietzsche.

Una vez abolida toda autoridad, la instancia de un yo que da cuenta deberá ser “criticada”, cuestionando hasta el mismo principio de identidad que impide la trasmutación de las formas y los seres. Esto dará lugar a que las fuerzas impulsivas espontáneas recuperen la capacidad de juego creador.

Pero, el ateísmo integral no debe ser un hecho mental, un pensamiento, sino que debe estar en acto, en los actos.
Siendo el ultraje el valor mismo del acto, el ultraje es el acto de ateísmo por excelencia.
El valor del acto de ultraje recupera la dimensión de lo sagrado justamente porque lo profana.

Pero, distinguimos lo sagrado de lo divino en cuanto éste es lo superior, lo supremo, el bien, lo espiritual y racional.
En cambio, lo sagrado es el contagio de una fuerza que nos intima y no puede mantenerse fuera de nosotros y a la que liberamos en el holocausto.

El acto de valor, el ultraje, sólo aspira a restituir lo posible en tanto tal, la posibilidad, que es la naturaleza amenazadora de lo sagrado.

El filósofo es el ateo integral cuando es capaz de pasar al acto, cuando un acto lo pone en un fuera de sí y culmina en la apatía de una dureza voluptuosa, que no es lo mismo que el acto apasionado de los perversos.

Porque no se trata de un acto espontáneo de maldad sino de una ascesis que necesita un pensamiento vigoroso y libre. Para lo cual es imprescindible una refutación de las nociones metafísicas que impidan la emergencia del deseo. Dicho de otro modo, que la voz de la conciencia no se oponga a la inscripción del deseo en la carne.

Para el Marqués de Sade el alma, la conciencia, la sensibilidad son tan sólo concentración de fuerzas pulsionales que bajo la presión del mundo de las instituciones o de las formas se estructuran como órganos de intimidación y que bajo la presión de fuerzas internas se estructuran como órganos de subversión.

En verdad, son siempre los mismos impulsos: los que nos intimidan son al mismo tiempo los que nos sublevan. Las fuerzas pulsionales actúan en nosotros trasmutándose en imágenes y representaciones que nos incitan a actuar o a soportar.

La conciencia es una función muy frágil, una función que construye la ociosidad de los impulsos y que la torna transparente.

Por eso, el Marqués enseña que cuando nuestros impulsos nos intimidan, bajo la forma del temor, de la compasión o del horror, debemos poner en lugar de esas representaciones nuevos actos aberrantes que nos pongan fuera de nosotros mismos.

Porque en la inacción las fuerzas se invierten, se constituyen en conciencia censurante, que es sentida como amenaza a las normas de la especie, pues la puesta fuera de sí viola la estructura íntima de la conciencia y la descompone.

Los fenómenos que deben contar para nosotros por su significación física y moral son los de la naturaleza, que es un estado en movimiento perpetuo de aniquilación y recreación, de corrupción y disolución, de agotamiento y degradación, que deberíamos imitar.

Por eso, filosofar equivale a consentir en vivir como individuo en estado de movimiento perpetuo; equivale a oponer al sufrimiento virtuoso del inocente una conciencia que acepta soportar su culpa porque sólo se siente existir a ése precio.

El ateísmo no llegará a ser la monstruosidad integral sino en la medida en que la perversión sea apática, o sea, razonable y sólo en la medida en que quiera ser razonable llegará a ser monstruoso.

Sólo cuando la perversión llega a la indiferencia más absoluta por su objeto, a la apatía, es monstruosa.
La condición de la apatía es la reiteración de actos aberrantes, sólo ella puede mantener al filósofo en estado de transgresión permanente.
La reiteración apática del acto aberrante introduce un nuevo factor: el número.
Porque cuando el acto es reiterado con pasión sobre un mismo objeto éste se degrada a la vez que aumenta su calidad, su singularidad. En cambio, cuando el objeto se multiplica el número lo rebaja y degrada.

Sade conoce el lugar exacto en que la fisura amenaza destruir el edificio entero de nuestras convenciones seculares, comprende que las pulsiones libran en nosotros una lucha encarnizada.

Anuncia la liquidación de las categorías humanas, se des~solidariza del hombre y se coloca fuera de la especie, esto es, en lo mítico.

Por ello es que sostengo que es debido al intento de bordear lo sagrado que los textos del Marqués de Sade son experimentados por nuestra cultura como algo terriblemente amenazador.









Bibliografía consultada:




Klosowsky: Sade mi prójimo y El filósofo malvado.
Barthes: El árbol del crimen.
Sollers: Sade en el texto.
Deleuze: Presentación de Sacher~Masoch.
Apollinaire: El Marqués de Sade.
Michel Tort: Acerca del fecto Sade.
Conte: Destrucción y libertad en Sade.
Bataille: Sade y la moral.
Nicolás Rosa: Sade o el texto falso.
P. Elvad: la evidencia poética.
M. Hine: Cuadernos de “contra ataque”.


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